Estas palabras no tienen nada que ver con la salvación, mucho menos con la noción anti-evangélica del riesgo de perder la salvación. Primero, nótese: “Yo conozco tus obras”. Si la salvación no se obtiene por obras (Ef 2.8-9), tampoco se pierde por obras. La salvación es regalada en esta vida, no se recibe después como recompensa.
Se han presentado varias interpretaciones de “frío o caliente”: (1) un inconverso vs. un salvo; (2) un creyente enfriado vs. un creyente ferviente; o (3) la condición espiritual de “refrescante” y la condición espiritual de calidad “remediable”. Este último, para este escritor, es el que más encaja con el contexto.
También, hay varias ideas acerca de “te vomitaré de mi boca”: (1) mandar al infierno; (2) rechazar con asco; o (3) disciplina divina de debilidad, enfermedad, o muerte. Esté último parece ser el significado más probable.
Laodicea era una ciudad próspera situada en la encrucijada de rutas principales, en el valle del río Licio, junto con dos ciudades cercanas, Hierápolis y Colosas. Contaba con el agua de los manantiales calientes de Hierápolis, y las aguas heladas de las montañas de Colosas. Las aguas manantiales aportaban beneficios para bañarse, o para la salud, y las aguas heladas eran refrescantes. Pero las aguas calientes estaban tibias al llegar, por un acueducto, a Laodicea, y por el calcio y azufre eran muy nauseabundas. Aplicando la metáfora, ser frío es refrescar espiritualmente como asamblea y ser caliente es remediar como asamblea a otros, sean salvos o inconversos. Pero, ser tibio no complace a Dios ni ayuda a nadie.
De paso, la prosperidad es a menudo un impedimento espiritual. Es así a pesar de aquellos que la prometen para que sus seguidores pongan más dinero en la ofrenda. En Laodicea era así. Lamentablemente, vemos que en el mensaje dado a la iglesia en Laodicea se prevén las condiciones entre creyentes un poco antes de la venida de Cristo.
En el contexto vemos que es un mensaje para la iglesia de Laodicea. Las palabras “tú”, “tus”, “te”, “eres”, “fueses”, etc., se dirigen a la iglesia. La sección termina con “…lo que el Espíritu dice a las iglesias”. La iglesia sería vomitada, no el individuo. No es “des-salvar”, sino disciplinar a la iglesia. El fin de tal disciplina es el arrepentimiento y regreso a una vida fructífera – sí, como individuo, pero principalmente como asamblea.
Al final, Cristo clama al individuo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. No es contextual usar este versículo en el Evangelio, aunque sin duda hay uno que otro que ha sido salvo pensando en él. No es un llamado al inconverso a que “reciba a Cristo en su corazón” (una expresión nunca usada en el Nuevo Testamento para la salvación), sino un llamado a la persona ya salva a que vuelva a una comunión íntima con Cristo en su vida diaria.
Pero piense con claridad. Si usted no es salvo, no es cuestión de actuar más como creyente ferviente, con devoción a Cristo, y un compromiso firme. La salvación no se obtiene
por comprometerse ni entregarse a Cristo, sino por confiar en Aquel que se entregó por uno en la cruz. No hay entrega que se pueda comparar con la de Cristo. Pablo gozaba de esta preciosa verdad cuando dijo: “El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2.20).
Por Tomás Kember, Obregón, México